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CAPÍTULO 2.
a situación en La Franja se había ido calmando. La presión
internacional y las innumerables víctimas, consecuencia de los
Lferoces altercados, habían llevado a los dos bandos a pactar
una tregua. Uno más de los incontables paréntesis que se repetían
periódicamente después de una larga y sangrienta refriega. Nada
nuevo que hiciese pensar en el fin de aquella eterna pugna por los
territorios ocupados. Pero, al fin y al cabo, la tranquilidad se adue-
ñaría de las calles de la ciudad durante un tiempo. Esos periodos
de paz permitían a los palestinos retomar medianamente su vida,
abastecerse de productos de primera necesidad y afrontar, en mayor
o menor medida, sus proyectos existenciales. Siempre establecidos a
corto plazo, ya que la guerra seguía presente en sus vidas a pesar de
no escuchar disparos ni explosiones.
Al otro lado, tras los muros que separaban ambos territorios, la
tranquilidad reflejaba también el acuerdo entre las partes. Los traba-
jadores palestinos volvían a cruzar por los controles para desempeñar
sus actividades en el lado hebreo. Siempre estrechamente vigilados
por los militares judíos que, a pesar de la tregua, no bajaban ni un
momento el nivel de alerta. Entre otras cosas porque sabían per-
fectamente que la inestable paz servía a Ezzeddin Al-Qassam para
rearmarse y deslocalizar sus bases con el fin de reforzarse de cara a
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