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la muerte de su padre, nada en Gaza le hacía guardar esperanzas de
                 una regresión a sus raíces. Tan sólo, y a pesar de todo, un vestigio de
                 afecto hacia sus hermanos le aportaba algún grato recuerdo de su in-
                 fancia. Incluso, al comenzar los estudios universitarios había dejado
                 de utilizar el hijab. Se vestía desde entonces como lo haría cualquier
                 chica occidental a su edad, y su comportamiento en sociedad no se
                 diferenciaba en nada al de las demás jóvenes hebreas. Ella misma
                 se sorprendía al ver la conducta y la manera de ataviarse de los ju-
                 díos ortodoxos. No alcanzaba a diferenciar entre el fanatismo de los
                 más intolerantes jaredíes y los radicales islamistas de Hamás.  Ante
                 las férreas costumbres impuestas por los unos y los otros, Fatma se
                 planteaba una cuestión muy poco aireada en los entornos políticos
                 de una y otra parte. Quizás aquella guerra nada tenía que ver con
                 las reivindicaciones territoriales y en realidad, tras esas exposiciones
                 públicas, tan sólo se ocultaba el arcaico e irracional odio religioso y
                 racial de dos pueblos radicalizados en sus dogmas y en sus rencores.
                    Nada en la hija de Ibrahim podía hacer creer que no fuese hebrea.
                 Tan sólo su acento al hablar la delataba. Aquel indisimulable deje
                 árabe en su pronunciación no había desaparecido aún del todo, a
                 pesar del tiempo transcurrido desde su salida de Jibaliya, y suponía,
                 muy a su pesar, la principal causa de que los hombres de Tel Avid
                 no quisiesen relacionarse con ella de una manera más intrínseca. A
                 pesar de la modernización y el liberalismo de la sociedad israelita,
                 más allá de una amistad, los vínculos entre árabes y judíos seguían
                 siendo motivo de duras polémicas.
                    Después de un par de semanas en las cuales no desistió ni un mo-
                 mento en su empeño de encontrar un empleo, una de sus profesoras
                 de derecho, con la cual mantenía una estrecha relación de amistad,
                 le habló de una oferta laboral en el Estado Mayor de Israel, envián-
                 dola allí con la indicación de presentarse en las dependencias del
                 órgano jurídico del ejército. Para Fatma, cualquier cosa relacionada
                 con las fuerzas armadas o la política le resultaba rechazable. Pero
                 necesitaba trabajar, y en aquella institución tendría posibilidades de
                 crecer profesionalmente. No tenía tiempo de elegir. Estaba sola en
                 la ciudad y debía hacer frente a sus gastos. Su sueño de encontrar a


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