Page 31 - Edición final para libro digital
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el suelo lucía inmaculada. Por lo demás, no era una estancia excesi-
                 vamente saturada. El mobiliario era sencillo, aunque muy elegante.
                 Justo frente a la gran ventana que iluminaba el recinto, se hallaba
                 una mesa de nogal, tras la cual un hombre alto y muy bien parecido
                 la recibió muy cortésmente, puesto en pie. El atractivo personaje
                 vestía una impecable camisa blanca y un pantalón marrón grisáceo
                 pulcramente planchado. Los dos galones de color verde, con doble
                 barra y botón dorado, indicaban su rango de teniente, y la chaqueta,
                 cuidadosamente colgada en el respaldo de la silla de oficina que se
                 encontraba detrás de él, estaba igualmente engalanada de bordados
                 y con una brillante insignia en la solapa.
                    Fatma dudó un instante al ver como aquel oficial se levantaba a
                 recibirla. Nada que ver con el sujeto anterior. Algo más tranquila al
                 ver tan agradable acogida, avanzó hacía el hombre.
                    —Buenos días señorita Hasbúm.
                    —Buenos días —le respondió Fatma al tiempo que tomaba la
                 mano que muy cumplidamente le ofrecía aquel apuesto militar.
                    —Ya me ha comunicado mi asistente el motivo de su visita. Es
                 un placer recibirla.
                    La joven se ruborizó ante tanta cortesía. Evidentemente, el rango
                 superior de aquel hombre conllevaba también una superior educa-
                 ción, pero nunca se habría esperado Fatma tanta amabilidad y buen
                 trato. La acerada mirada del teniente y su blanca sonrisa mientras la
                 saludaba, desconcertaron a la muchacha, que agachó instintivamen-
                 te la cabeza para disimular la sensación de sofoco que comenzaba a
                 sentir en aquel ambiente.
                    —Por favor, siéntese usted —le solicitó el teniente señalando una
                 de las dos sillas ubicadas frente a la suya. Mientras, él también se
                 ponía cómodo.
                    Fatma obedeció sin levantar la mirada, mientras el oficial conti-
                 nuaba sonriendo. Su turbación se prolongó por unos segundos, du-
                 rante los cuales no consiguió articular palabra. Fue el militar quien
                 finalmente desatascó la situación.
                    —Has venido por el puesto de becaria, ¿verdad? —le preguntó
                 el oficial, tuteándola.
                    —Sí —respondió Fatma aún insegura.

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