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Que estudiase la carrera de derecho era algo en lo que su padre
              llevaba años empeñado, y él, a pesar de que ya no renunciaría nunca
              a su profesión de militar, siempre había deseado complacer al viejo
              Kachka. La oportunidad que se le presentaba le suponía una exce-
              lente ocasión para satisfacer los deseos de su padre. Iría a aquella
              academia y se licenciaría en derecho. Era un hombre inteligente y
              aquel nuevo reto no debería resultarle difícil.
                 Llegó a Jerusalén dispuesto a aprovechar al máximo todas las
              opciones. Si todo iba según sus cálculos, en cuatro años podría ter-
              minar la carrera, ya que antes de incorporarse a filas había comen-
              zado sus estudios de abogado. Sus notas habían sido buenas y los
              dos primeros años los había culminado con excelentes resultados, si
              bien sus obligaciones militares habían truncado todos sus avances.
              El abandono de sus estudios había disgustado a sus padres, pero
              fuera un alivio para él, ya que su anterior asistencia a la universidad
              había tenido más como objeto satisfacer los deseos de su antecesor
              que labrarse un futuro en el mundo de la jurisprudencia. Aquellos
              dos años pasados en la facultad le servirían entonces para acortar el
              tiempo que, por norma, era necesario para obtener el doctorado.
                 Totalmente convencido de cuál sería su más próximo futuro,
              llamó a sus padres, quienes residían en Acre, a unos cien kilóme-
              tros al norte de Tel Avid y muy cerca de Haifa, para comunicarles
              su nuevo destino. Ya con su correspondiente licencia, partió hacia
              Jerusalén. En la ciudad sagrada, donde el cristianismo, el Islán y el
              judaísmo convivían en frágil equilibrio, se levantaba sobre el antiguo
              Monte de los Olivos una moderna edificación construida con los
              más avanzados medios técnicos, y especialmente preparada para el
              adiestramiento y el desarrollo académico de los futuros oficiales. La
              construcción, otrora causante de agrias polémicas por ocupar lo que,
              para muchos, era considerado un lugar sagrado, era muy acogedora.
              Disponía de amplias zonas de recreo, campos deportivos, aulas es-
              paciosas y bien iluminadas, y unos alojamientos de mayor excelencia
              que los que Ariel había conocido hasta entonces. Las habitaciones
              eran compartidas, pero capaces y muy bien equipadas. En definiti-
              va, el conjunto sorprendió muy positivamente a Kachka, quien sólo


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