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mediante la diplomacia. Sin duda, su fugaz trato con aquella tímida
y afanosa jovencita palestina cinco años atrás, y lo aprendido en la
universidad, le habían servido para empatizar más fácilmente con
aquellos que, sin ser portadores del odio inculcado por las facciones
bélicas que pululaban entre ellos, se encontraban atrapados en una
sociedad que no habían elegido, pero que, sin embargo, condiciona-
ba sus vidas desde el mismo momento en que veían la luz.
Su primer cargo en el departamento fue el de ayudante del co-
mandante Abe Sabel, juez militar de primera instancia y encargado
de resolver conflictos menores, que ocasionaban participantes en las
intifadas, o desacatos a militares en la frontera. El comandante Sabel
era un viejo huraño y mal encarado a quien sólo le quedaban seis
meses para jubilarse. Pero el veterano militar no desistía en mante-
ner activo su mal humor, hasta el último segundo de su vida. Ariel
necesitó mucha paciencia y mano izquierda para mantener una rela-
ción sosegada con aquel viejo oficial. Abe Sabel había comenzado su
andadura castrense alistándose en el ejército hebreo cincuenta años
antes. Siendo muy joven optó por presentarse voluntario para cola-
borar en la defensa de su patria contra la continua amenaza del en-
torno. Sus padres habían sido víctimas del holocausto, donde fueran
asesinados por los nazis. A pesar de tener apenas cinco años cuando
sucediera aquello, el comandante Sabel recordaba con claridad meri-
diana el momento en que sus dos seres más queridos eran separados
de él para comenzar un viaje del que jamás regresarían.
El pequeño Abe había permanecido bajo la protección de la her-
mana de su padre, y del marido de esta, casi un año, y aún debió
sobreponerse luego al dolor que le supuso ser testigo de la muerte
de su tío David poco antes de ser liberados por las tropas aliadas. A
partir de entonces había estado tutelado por su tía Iris, una mujer
triste y rencorosa que había inculcado en Abe todo el odio que sentía
hacia los enemigos de Israel. Superada ya su adolescencia, falleció su
tía. El joven Abe solicitó entonces ser repatriado desde Inglaterra al
nuevo estado judío, donde se alistó en el ejército, institución en la
cual, al igual que Ariel, consiguiera terminar la carrera de derecho,
siendo luego destinado a aquellas oficinas en las que, a pesar de va-
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