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CAPÍTULO 3.











                     l joven Kachka no tenía intención de abandonar el ejército, pero
                     su concepto respecto al servicio militar había mudado radical-
                Emente. Para él, la beligerancia no era ya un objetivo táctico.
                 Algo, sucedido en una de sus aburridas misiones, había cambiado su
                 manera de ver aquel conflicto, aplacando sus deseos de venganza y
                 su inicial diligencia por entrar en acción.
                    Un año y medio después de haber ingresado en las fuerzas armadas
                 le surgió, por fin, la ocasión de acercarse más a su sueño. Hacía varios
                 meses que los dos contendientes habían alcanzado un acuerdo de paz.
                 Una paz frágil, como tantas otras, pero que permitiría a unos y otros
                 tomarse un merecido descanso en aquella estúpida conflagración. Su
                 compañero, Raveh, se había licenciado unos meses antes, y Ariel nunca
                 había estado en el frente como fuera en principio su deseo. Pero aquel
                 comunicado que le llegaba del mando central, ofreciéndole la posibi-
                 lidad de un ascenso, era su mejor opción para continuar en la milicia.
                 Debería desplazarse a Jerusalén, donde el ejército había inaugurado una
                 academia militar en la cual se impartían estudios universitarios a los sol-
                 dados profesionales. Ariel tenía muy claras sus prioridades, y la primera
                 de ellas era ascender en el escalafón. No veía en su futuro ninguna otra
                 opción profesional que no pasase por la vida castrense, pero, obviamen-
                 te, no deseaba seguir siendo siempre un simple soldado.


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