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rias mudanzas y ascensos acontecidos desde entonces, permanecía
desde mil novecientos sesenta y ocho.
Todo el odio que la vieja Iris había inculcado en su sobrino, jun-
to al traumático recuerdo que marcara su infantil y perceptivo inte-
lecto en aquel campo de concentración, habían hecho de Abe una
persona resentida y sumamente beligerante. Su impresión sobre la
manera de responder a las continuas provocaciones palestinas no pa-
saba por ninguna otra opción que no fuese la respuesta militar, y sus
sentencias en los juicios castrenses contra activistas palestinos solían
ser desproporcionadamente severas. Resultó casi milagroso que el
recién ascendido Kachka no se dejase influenciar por sus consignas
bélicas y sus insistentes arengas anti palestinas, que incluían, por
añadidura, a los países árabes del entorno.
Seis meses después de llegado Ariel al departamento, el viejo Sa-
bel fue jubilado definitivamente, tenía ya setenta y cinco años y pa-
decía algunos problemas de salud. A pesar de ello, nunca se desligó
totalmente del mundo castrense. Su abultada hoja de servicios le
había hecho acreedor de muchas e importantes influencias, también
entre la clase política. Ariel ocupó entonces el lugar del comandan-
te, nada más retirarse este, aunque habría de depender entonces de
un cargo de superior graduación. El control superior del gabinete
sería otorgado entonces al teniente coronel Machta. Los seis meses
que permaneciera al lado del viejo Abe Sabel le habían servido para
adquirir los conocimientos necesarios que le permitirían suceder-
le. Pero, a pesar del resentimiento que el veterano militar intentó
infundir en Ariel todo aquel tiempo, desde el momento en que se
instaló en el despacho del viejo, el teniente Kachka modificó radical-
mente la forma de llevar aquel departamento. Los asuntos relacio-
nados con expedientes que involucraban a palestinos en la justicia
militar, eran más ponderados. Sus decisiones, hasta donde en estas
tenía influencia, eran siempre proporcionales a la causa; sin tener en
cuenta el origen de los encausados.
Aquella forma de actuar le hizo granjearse muchos enemigos
dentro del estamento, pero también muchos apoyos de quienes con-
sideraban que la solución definitiva al arraigado odio entre ambas
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