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CAPÍTULO 4.
atma se le quedó mirando pensativa. Hasta aquel momento no
se había fijado minuciosamente en el apuesto oficial. Los ner-
Fvios ante el temor de no agradar, y el mal rato que pasara antes
de ser recibida por el teniente, la habían mantenido esquiva hasta
entonces. Pero el delicado comportamiento del militar y su inespe-
rada revelación, hicieron que la mujer se centrase, esa vez con mucha
más atención, en su interlocutor. A pesar del tiempo transcurrido,
la joven palestina pudo reconocer en aquel hombre al soldado que
se encargara de su custodia casi ocho años antes. No recordaba su
nombre, pero su fisonomía apenas había cambiado. Tan sólo su as-
pecto de incipiente madurez y un cuerpo menos cenceño, variaban
ligeramente su apariencia. Sin embargo, aquellos ojos grises que tan-
to llamaran su atención cuando aún era una adolescente azorada
por la trágica muerte de su padre, seguían presentes en su recuerdo,
al igual que la enorme paciencia y afecto con que la habían tratado
aquellos dos reclutas, intentando paliar la soledad que inundaba su
vida en aquella dolorosa etapa.
—Sí, le recuerdo. Usted era uno de los soldados que me acompañó
cuando mataron a mi padre —respondió Fatma a la pregunta de Ariel.
—Me satisface saber que no te has olvidado de mí —replicó él
con cierto alivio.
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