Page 44 - Edición final para libro digital
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primera vez, aquella extraña sensación de deseo. Su vida tomó un
              nuevo rumbo después de aquel trágico suceso, y a partir de enton-
              ces centró toda su atención en los estudios. Siempre había deseado
              llegar a ser una ilustre abogada, y cumpliría, de la mejor manera
              posible, con el compromiso adquirido con su padre antes de ser
              este asesinado. Ibrahim había trabajado toda su vida para darle
              una educación que le permitiese valerse por sí misma. En su tierra
              resultaba muy difícil que una mujer llegase a ocupar cargos de res-
              ponsabilidad, o siquiera a desenvolverse en una profesión liberal.
              Tales oportunidades estaban reservadas, casi exclusivamente, para
              los varones. Sin embargo, el viejo Hasbúm siempre había tenido
              muy claro que el futuro de su única hija no se vería limitado por
              las inercias culturales predominantes en su pueblo.
                 También Ariel continuó adelante con sus proyectos, si bien en
              él, aquel recuerdo de la bella adolescente palestina permaneció
              presente durante mucho más tiempo. Aquella muchacha tan dulce
              y desamparada, a pesar de haberle resultado demasiado niña, se
              había incrustado en su pensamiento cuando apenas comenzaba a
              hacerse un hombre, y debieron pasar varios meses para que todo
              quedase sólo en un recuerdo. Un recuerdo que el destino había
              querido revivir cuando menos se lo esperaba.
                 Los días en los que la situación les había mantenido unidos por
              un tiempo, ya formaban parte del pasado. Pero la mujer que Ariel
              tenía ante sí en ese momento, algo mayor pero tan bella como
              ocho años antes, era ya un hermoso presente, y el joven teniente
              notó al instante algo que hasta entonces jamás había percibido.
              Aquella moza de ojos intensamente negros y rostro divino, no ha-
              bía perdido ni un ápice de su atractivo. Resultaba, si acaso, aún
              mucho más perturbadora su belleza. Sus facciones mostraban una
              expresión sumamente encantadora, mucho más serena. Posible-
              mente, el tiempo transcurrido había otorgado a su rostro esa pizca
              de madurez que Kachka había echado en falta la primera vez que
              la viera.
                 —Yo no odio a los judíos, odio la guerra y a los que en ella
              participan por rencor —le respondió Fatma.


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