Page 45 - Edición final para libro digital
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—Yo soy militar y, de una forma u otra, también tengo mi res-
                 ponsabilidad en esta absurda situación que enfrenta desde hace dé-
                 cadas a nuestros pueblos.
                    —Cierto —le ratificó ella—, pero usted no ha tomado parte en
                 combate alguno, ¿o sí?
                    —No, nunca he matado a nadie, y me alegra no haberlo hecho.
                    —Entonces no tengo por qué odiarle. Por otra parte, sólo po-
                 dría considerarle una buena persona después de haberle conocido
                 cuando murió mi padre. Se portó muy bien conmigo, al igual que el
                 soldado que le acompañaba.
                    —Perl, se llamaba Raveh Perl —le informó Ariel.
                    —Pues ambos me trataron muy bien entonces, y me consola-
                 ron cuando más sola me encontraba. ¿Cómo podría odiarles? —dijo
                 Fatma.
                    Ariel se la quedó mirando. No tenía ningún sentido confesarle
                 su ferviente deseo por participar en primera línea de aquel conflicto
                 cuando era más joven y sus neuronas, al igual que su adrenalina,
                 eran incontrolables. Su manera de pensar y de ver el problema exis-
                 tente entre las dos culturas, había dado un giro de ciento ochenta
                 grados desde entonces. Nada de lo que opinaba siendo casi un ado-
                 lescente tenía ya cabida en su criterio como adulto. Tanto él como
                 Fatma vivían un presente en el que poco o nada debía influir su
                 pasado. Prefirió que la joven se quedase con lo bueno que había en el
                 hombre, y enterrar todo lo moralmente reprobable que había tenido
                 hueco en las estúpidas aspiraciones de aquel joven recluta.
                    —No es nada fácil comprender las razones por la que los pales-
                 tinos odian a los judíos. Tampoco al contrario resulta explicable.
                 Pero lo cierto es que desde hace siglos viene siendo así. Lo extraño
                 es encontrar a alguien, ya sea de uno u otro bando, que no esté im-
                 buido por ese odio. Por eso me resultas tú tan especial —justificó su
                 desconcierto el teniente.
                    —Pues no es mi caso —le respondió Fatma— De ser así debería
                 tener motivos para odiarlos a todos, ya que mi madre fue asesinada
                 por soldados israelíes y mi padre lo fue por los fanáticos de su propio
                 pueblo. ¿Qué razón podría inclinar mis sentimientos? Unos y otros


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