Page 29 - Edición final para libro digital
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Una vez en la cuarta planta, tal y como le dijera la mujer de re-
                 cepción, pudo ver al final del pasillo, sobre una puerta de doble hoja
                 acristalada, la indicación correspondiente:
                           DEPARTAMENTO JURÍDICO MILITAR
                                         OFICINAS
                    Fatma fue derecha hacía allí. La puerta estaba medio abierta, por
                 lo cual no necesitó llamar. En el interior había otras dos puertas al
                 fondo y una mesa escritorio junto a la pared de la izquierda. Tras
                 aquella mesa, un joven uniformado, sobre cuyas hombreras destaca-
                 ban los galones de cabo, introducía datos en un ordenador.
                    Fatma se encaminó hacia él algo nerviosa.
                    —Buenos días.
                    —Buenos días —dijo el uniformado sin siquiera mirarla.
                    —Vengo a informarme sobre la vacante para becaria.
                    Entonces el militar apartó la vista de la pantalla y se fijó en ella.
                 Recorrió descaradamente todo su cuerpo con la mirada, y finalmen-
                 te detuvo su inspección ocular en los negros ojos de la joven.
                    —¿Tú eres palestina, ¿verdad? —le preguntó el funcionario con
                 un gesto despectivo al notar el ligero acento de Fatma, que aún se
                 resistía a desaparecer.
                    —Sí señor —respondió Fatma, imaginando ya una desagradable
                 respuesta procedente de aquel individuo.
                    El cabo volvió a inspeccionarla con la mirada sin decir nada.
                 Aquellos segundos en silencio, notando el lascivo reconocimiento
                 de aquel hombre tan poco delicado, se le hicieron eternos. Su ner-
                 viosismo fue en aumento, hasta costarle controlar el temblor que
                 comenzaba a adueñarse de su cuerpo. Finalmente, y ya mirándola
                 nuevamente a los ojos, el desagradable sujeto le dijo:
                    —No pareces palestina, si no fuese por tu manera de hablar na-
                 die diría que lo eres.
                    —No pretendo ocultar mis raíces, nací en Gaza y estoy muy
                 orgullosa de ello —le respondió Fatma, intentando asentar su sufi-
                 ciencia ante aquel, considerado por ella, impertinente comentario.
                    ¿Qué tendría que ver donde hubiese nacido para ser aceptada en
                 un trabajo para el cual se había preparado a conciencia?, se pregun-
                 taba Fatma.

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