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su próxima provocación. Para los integrantes del brazo armado de
Hamás, la tregua no era más que un pequeño retraso en sus aspi-
raciones. No tenían interés ninguno en alcanzar la paz definitiva,
pues su objetivo principal, y único, era la retirada total de Israel y el
abandono de los territorios ocupados en 1967.
La paz persistió durante un largo periodo de tiempo. Un tiempo
durante el cual Fatma había terminado sus estudios en el instituto
y asistido a la universidad de Tel Avid, donde consiguió, con veinti-
cuatro años, completar la carrera de derecho.
Habían pasado más de ocho años desde la muerte de su padre,
y Fatma nunca había regresado a su tierra. Su integración entre los
hebreos era casi total, pero su origen no pasaba desapercibido para
muchos que veían en cualquier palestino un peligro a su perviven-
cia. No era fácil para ella convivir con los enemigos de su pueblo, a
pesar de su absoluta adaptación. Pero siempre era mejor aquello que
pasar calamidades en su viejo barrio, sufriendo la dominación del
varón, padeciendo la discriminación cultural y siendo oprimida por
los yihadistas, quienes, muy probablemente, no habrían olvidado al
ajusticiado Ibrahim Hasbúm.
Fatma, una vez concluíos sus estudios, empeñó todo su tiempo
en buscar un trabajo en Tel Avid. A pesar de su turbadora belleza y
de su juventud, no había tenido ocasión aún de conocer a ningún
muchacho que le resultase interesante. Sí había tenido cortas rela-
ciones, nunca más allá de las palabras, con chicos en la universidad.
Normalmente jóvenes palestinos que, a pesar de residir en la segun-
da mayor urbe de Israel, no terminaban de integrarse en la sociedad
judía. Para Fatma, aquel ancestral odio hacia lo hebreo, incluso en
aquellos que se habían criado y educado entre su colectividad, era
algo incomprensible.
Después de algunos esporádicos y platónicos noviazgos con mu-
chachos palestinos, todos ellos compañeros de la universidad, la jo-
ven tenía claro que sólo uniría su destino a alguien que no arrastrase
el condicionante de aquella absurda e interminable pugna entre am-
bos pueblos. Hacía ya algunos años que había renunciado, definiti-
vamente, a los pocos lazos culturales que la unían a su estirpe. Desde
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