Page 129 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

            nado después de escuchar a aquellos tipos pronunciar el nombre de
            Bremon; sabía que lo único que me había dejado mi padre para el
            recuerdo era su apellido, y pensar que podrían estar hablando de
            mi progenitor me heló la sangre. De pronto sentí una irrefrenable
            necesidad de saber más sobre todo aquel asunto, al contrario que
            Miguel, quien habría desaparecido de allí para siempre de no estar
            paralizado por el miedo.
                 —No lo sé, cuando me desperté estaba muerto —respondió
            Elena a la demanda de los sujetos.
                 —Bueno, casi mejor así, alguien menos de quien preocupar-
            nos; al fin y al cabo no era más que un pringado. Comentó fría-
            mente el de la pistola—. Aquí huele muy mal y ya tenemos lo que
            hemos venido a buscar, vamos a salir muy calladitos y nos vais a
            acompañar, ¿de acuerdo?
                 Ninguno dijimos nada, teníamos muy claro que aquellos tíos
            no repararían en dispararnos si no hacíamos lo que nos ordenaban.
                 Salimos en silencio a la calle seguidos por los dos asalariados
            de Bremon, habían guardado la pistola pero estábamos demasiado
            asustados como para intentar huir, los cinco subimos a un coche
            que tenían aparcado un par de calles más abajo, y una vez den-
            tro del vehículo el portador del arma volvió a apuntarnos con ella
            desde el asiento del copiloto, mientras el otro conducía hacia las
            afueras de la ciudad.
                 A unos cuantos kilómetros tomamos un desvío a la derecha
            y unos doscientos metros más adelante ingresamos, a través de un
            gran portalón, a una extensa finca en la cual, en medio de unos
            grandes jardines, se encontraba una imponente casona de piedra.
                 El coche se detuvo justo a la entrada del edificio. Antes de
            pasar al interior, uno de los dos vigilantes que custodiaban el ac-
            ceso se comunicó con alguien a través de un walkie-talkie, después
            de recibir la correspondiente autorización nos invitaron a pasar
            abriéndonos la puerta principal. Nos introdujimos en la residencia,
            siempre escoltados por los dos sayones; pasamos por una gran sala


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