Page 207 - Mucho antes de ser mujer
P. 207

José Manuel Bermúdez

            dos, de nada serviría resistirse. No me cabía la menor duda, Susana
            y Miguel eran los responsables, me la habían jugado y nada podía
            hacer por librarme. Toda mi ambición y el haber renunciado a mis
            principios para lograr controlar aquello que había arruinado la vida
            a mi madre, parecía hundirme ahora en similares circunstancias a
            las vividas por ella.
                 En el juicio intentamos convencer al jurado de la implica-
            ción de Miguel y de Susana en todo aquel entramado, pero no
            nos sirvió de nada. A pesar de haber participado ambos directa-
            mente en el crimen tenían unas coartadas perfectas. Durante la
            vista oral Sonia declaró haber pasado la noche con Miguel en el
            apartamento de Susana y la abogada de esta última presentó un
            testigo sorpresa, alguien que había permanecido hasta entonces
            en el anonimato y que apareció entonces para facilitarle a Susa-
            na el pretexto que necesitaba para salir inmune de aquella farsa.
            La defensora de aquella zorra solicitó la presencia de su testigo
            estrella.
                 —Señoría —dijo solemnemente la jurisconsulta—, quisiera
            llamar a declarar al señor Enrique Socril.
                 Al oír aquel nombre quedé petrificada, tuve que pedirle a mi
            abogado que me confirmase si era quien yo pensaba, pero al verle
            entrar en la sala no me cupo ya la menor duda, el esposo de mi tía
            Carmen era quien libraría de la prisión a aquella arpía y colaboraría
            a encerrarme a mí, su sobrina.
                 La letrada procedió a interrogar al testigo.
                 —¿Conoce usted a la señorita Bremon? —le preguntó la ju-
            rista.
                 —Sí señor, es sobrina de mi difunta mujer.
                 —¿Cree usted que habría podido matar a su padre o planear
            su muerte?
                 Tío Enrique se me quedó mirando unos segundos, como dis-
            culpándose cínicamente con el gesto.
                 —Sí, lo creo. Estaba obsesionada con vengar la muerte de su


                                       — 206—
   202   203   204   205   206   207   208   209   210   211   212