Page 49 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 —No, ya te he dicho que no habíamos vuelto a hablar, ayer
            me lo dijo por teléfono, por eso quise que hablases con ella.
                 —Pero… ¿qué le ocurre?
                 —Está muy enferma, ha adquirido una grave enfermedad que
            no tiene cura, hace tiempo que sufre sus consecuencias pero ahora
            se ha agravado, tan sólo le quedan unos días de vida.
                 —¿Podríamos ir a verla?, quisiera estar con ella antes de que
            me deje para siempre.
                 —No ha querido decirme dónde se encuentra, el día que su-
            ceda nos avisarán.
                 —No es justo, no he tenido tiempo de estar con ella, de abra-
            zarla. Me hubiese gustado poder cuidarla de mayor, llegar a ser una
            familia. ¿Por qué Tía Carmen, por qué? —le preguntaba en tanto
            me invadía nuevamente el desconsuelo y apoyaba mi cabeza sobre
            su hombro.
                 Durante varios días permanecí sumida en una enorme pena y
            ya no volví a asistir al colegio hasta pasadas las vacaciones. Aquel
            año las fiestas navideñas fueron muy tristes, ni siquiera despedimos
            el año, tanto para mí como para mi tía fueron unas fechas muy
            amargas; estábamos constantemente pendientes del teléfono con
            el corazón encogido, convencidos de que en cualquier momento
            sonaría e timbre para comunicarnos el trágico final.
                 Llegó el día de retornar a la escuela y no habíamos tenido no-
            ticias de mi madre pero, a pesar de todo, debíamos continuar con
            nuestras vidas.
                 Con mis trece años recién cumplidos y algo más animada, re-
            tomé el curso escolar. Tan sólo habían pasado quince días desde que
            entrara en mi decimotercer año de vida y me sentía otra persona.
            Por alguna razón todo el sufrimiento que estaba afrontando desde
            que hablara con mi madre, me había hecho madurar.
                 Esperábamos agrupados a la puerta del centro y apenas falta-
            ban minutos para que sonase el timbre de entrada cuando Miguel
            se me acercó con semblante serio. No nos habíamos visto desde el


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