Page 44 - Mucho antes de ser mujer
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Mucho antes de ser mujer

            sensación de escalofrío recorrió mi cuerpo, la emoción fue tal que
            tuve que sentarme. Mi pálpito había resultado acertado; era mi
            madre quien llamaba. Al cabo de cinco años volvía a escuchar su
            voz y en aquel instante no sabía si llorar o reír. Por una parte me
            inundaba la felicidad ya que nunca la había olvidado, y mucho
            menos la había dejado de querer; pero sentía también un incontro-
            lable resentimiento que me empujaba a hacerle mil reproches. No
            supe qué decir y permanecí callada hasta que ella me saludó por
            segunda vez.
                 —Hola cariño, feliz cumpleaños —me repitió al no recibir
            respuesta.
                 —Hola —alcancé a decir una vez recuperada de la sorpresa.
                 —¿Qué tal estás?, sabes quién soy, ¿verdad?
                 —Eres mi mamá —le respondí en tono dubitativo.
                 A tan corta edad el tiempo parecía eterno y habían transcurri-
            do tantos años desde aquel día en que nos separaron en comisaría
            que, a pesar de haberla tenido siempre muy presente, me costaba
            recordar sus facciones; pero su voz estaba indeleblemente grabada
            en mi memoria.
                 —¿Cómo estás hija?, perdóname por no haberte llamado en
            todo este tiempo; las cosas no han salido como yo hubiese deseado
            y…
                 Se hizo repentinamente el silencio; al otro lado de la línea
            podía oír los quejidos de mi madre que había comenzado a llorar.
            Después de un tenso silencio en el que tan sólo escuchaba sus so-
            llozos, ella retomó la palabra.
                 —Bueno, sé que no merezco tu perdón, pero quiero discul-
            parme por todo el mal que te he hecho. Nunca he sabido ser una
            madre y tienes todo el derecho a odiarme; pero no quería terminar
            mis días sin pedirte perdón y saber que estás bien.
                 Su voz sonaba entrecortada por el llanto y sus palabras sabían
            a despedida; una despedida que, en todo caso, no era más que la
            continuación de una ausencia eterna.


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