Page 43 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 Nuevamente estaba pisando el borde, acababa de comprome-
            terme otra vez con la mentira y una relación al límite. ¿Qué tenía
            aquel muchacho que me anulaba el razonamiento y me arrastraba,
            incluso conscientemente, a un ambiente que había jurado evitar
            desde muy niña?
                 El sábado me levanté temprano a pesar de no tener clase; es-
            taba impaciente por colaborar con mi tía en los preparativos de mi
            celebración. Habíamos quedado en ir los tres de compras por la
            mañana y comeríamos en un restaurante de las afueras. Era un día
            precioso, el sol lucia más brillante que nunca y yo estaba enorme-
            mente ilusionada; después de trece años compartiría, por fin, aquel
            día tan especial con mis amigos. Desde que vivía con mis tíos siem-
            pre había celebrado mi cumpleaños, pero nunca había pasado de
            ser una reunión familiar íntima. Aquello sería muy especial, pensar
            en ello me hacía sentir más libre y más aceptada, y esa sensación
            aumentaba mi autoestima y me daba una seguridad en mí misma
            que nunca antes había experimentado.
                 Aunque tan sólo habían asistido diez compañeros de clase, me
            sentía alguien importante; nunca antes fuera el centro de atención
            de tanta gente. Nos encontrábamos en plena celebración cuando
            sonó el teléfono y mi tía se apresuró a atender la llamada, inmedia-
            tamente, al escuchar la voz de quien estaba al otro lado, su rostro
            se tornó serio y se introdujo en la cocina con el inalámbrico; yo no
            presté mucha atención y continué charlando con mis compañeras,;
            pero al mirar de vez en cuando hacía la puerta corredera, podía ver,
            a través del cristal semitransparente, a Tía Carmen gesticulando
            y moviéndose inquieta mientras hablaba, Desde luego no parecía
            estar manteniendo una conversación muy placentera. Pasados unos
            minutos, Tía Carmen entreabrió la puerta y, asomándose con una
            gran sonrisa, me dijo que alguien quería felicitarme. No sé si fue
            el deseo interno o simplemente intuición, pero al instante pensé
            en mi madre, me acerqué agitada y casi le arranqué de las manos
            el auricular. Al escuchar la voz que me llegaba por el aparato, una


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