Page 52 - Mucho antes de ser mujer
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Mucho antes de ser mujer

            a un árbol concreto, muy especial para mí porque había sido el pri-
            mero en el que me fijara cuando estuviera sentada aquella mañana
            en el banco de madera donde había tenido, por primera vez, la
            satisfacción de estar con Miguel a solas. Su forma singular, simu-
            lando un gigante con los brazos extendidos que parecían llamarme
            a su regazo, habían fijado mi atención aquel día, y sería allí mismo,
            en una de esas robustas ramas, donde terminaría, por fin, todo mi
            sufrimiento. Quería que todo acabase lo más cerca posible del sitio
            donde realmente había comenzado.
                 Por alguna razón, que aún ahora no consigo entender, en aquel
            momento estaba imbuida por una inquebrantable determinación,
            hasta el punto de que, ante el inconveniente de no disponer de un
            utensilio adecuado para llevar a cabo mi locura, dejé los libros en el
            suelo, escudriñé en mi pequeño bolso, donde guardaba, entre otras
            cosas, una lima de uñas metálica. Fue aquella pequeña pieza de mi
            neceser la que utilicé para, con una infinita sangre fría, cortar la red
            de una de las pequeñas porterías que había en la cancha del par-
            que. Luego, atando varios pedazos hice un trozo lo suficientemente
            largo como para poder pasarlo por encima de una de las ramas
            anudando uno de los extremos al cabo principal para que no se
            soltase. Actuaba en todo momento con una serenidad escalofriante,
            todos mis movimientos formaban parte de un guión previamente
            estudiado que, de no ser real, pudiese parecer la representación de
            un drama shakesperiano.
                 Una vez tuve preparada la improvisada cuerda puse, justo de-
            bajo, un pequeño montón de piedras, me subí sobre ellas y, parsi-
            moniosamente, até el final de la misma a mi cuello con un doble
            nudo. Simplemente me dejé caer y un dolor agudo rodeó todo mi
            cuello, unos segundos más tarde; la nada, de repente había dejado
            de sufrir.








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