Page 57 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 Entró Beatriz en el cuarto, sonriente y amable como la había
            conocido el día anterior.
                 —Buenos días Ana, ¿qué tal te encuentras esta mañana?
                 —Muy bien, me siento animada.
                 —¿Quieres que hablemos hoy sobre lo ocurrido?
                 —Está bien, supongo que no tengo más remedio.
                 —Pues la verdad es que mi trabajo es ayudarte, y creo que
            antes o después tendremos que afrontar lo sucedido.
                 —¿Puedo darme antes una ducha y vestirme?
                 —Desde luego, dentro de un rato os servirán el desayuno,
            cuando termines una enfermera te llevará a mi despacho. Nos ve-
            mos luego.
                 Beatriz salió justo cuando una asistenta entraba con sábanas
            y un pijama limpio, me dirigí a la ducha y durante un buen rato
            permanecí bajo el agua caliente, con los ojos cerrados y la mente en
            blanco. Aquel momento a solas fue de los más satisfactorios en mi
            vida desde hacía mucho tiempo.
                 La enfermera que me acompañaba llamó a la puerta del pe-
            queño despacho.
                 Adelante —se escuchó decir a Beatriz desde dentro.
                 Mi acompañante abrió la puerta y me invitó a entrar, ella ni
            siquiera se asomó, tan sólo cerró tras de mí una vez hube dado un
            par de pasos en el interior. Allí, tras una pequeña mesa metálica, se
            encontraba Beatriz, sonriente como siempre.
                 —Adelante Ana, pasa y siéntate.
                 Según avanzaba hacia la silla que había junto a la mesa, escu-
            driñaba el cuarto, sorprendiéndome por el escaso mobiliario exis-
            tente y la sencillez del mismo; tan sólo un par de butacas, la mesa
            de escritorio, un pequeño sofá y algunos cuadros decorando las
            blancas paredes. Mi concepto del psicólogo con diván de cuero,
            biblioteca y muebles clásicos se esfumó en unos segundos.
                 Tímidamente me senté frente a aquella angelical mujer, por
            alguna razón su presencia me hacía sentir bien, me daba confianza.


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