Page 59 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez
tas frustrada, sobre todo al tener que afrontar esta situación justo
ahora, cuando parecía que nunca más volverías a enfrentarte a tus
miedos; pero piensa que eres muy jovencita aún, que todo cuanto
ocurre en esta vida sucede por algo, y hasta los más desagradables
momentos nos ayudan a madurar y a adquirir la experiencia ne-
cesaria para salir adelante. No te puedo decir que lo olvides todo
porque sé que no es fácil y que, a tu edad, hay cosas muy difíciles
de entender y asimilar; pero piensa que incluso la más terrible de
las desgracias puede ser compensada con la mayor de las alegrías, y
sólo si sigues adelante podrás llegar a disfrutarla.
Permanecí más de un mes en aquel hospital; los primeros días
se me hicieron muy duros, no hacía más que llorar y no comía, sólo
quería estar sola, pero según fue transcurriendo el tiempo empecé a
sentirme mejor, había momentos en los que deseaba conversar con
los demás pacientes o con las enfermeras, no lloraba y aquel casi
fatídico día pertenecía ya a mi pasado a pesar de estar tan cercano
en el tiempo. De todos modos las enfermeras y los médicos no de-
jaban de vigilarme, no se me permitía utilizar cinturón, cordones
o cualquier otra cosa que pudiese servir para hacerme daño; pero
pasadas un par de semanas ya había recuperado el ánimo y las ga-
nas de seguir viviendo, la terapia llevada a cabo en aquel lugar me
estaba ayudando mucho.
Habían transcurrido exactamente un mes y dos días cuando
llegaron mis tíos a recogerme; a pesar de haber hecho amigos allí
y de haberme sentido muy querida, estaba deseando marcharme,
tantos días encerrada, recorriendo una y otra vez los mismos pasi-
llos y limitando mis movimientos a no más de trescientos metros
cuadrados, resultaba bastante agobiante. Una vez me hubieron en-
tregado mis cosas me despedí de todo el personal y de mis compa-
ñeros, esperando no regresar allí nunca más.
De camino a casa, sentada en el asiento trasero del coche, per-
manecí todo el viaje en silencio, mis tíos debieron darse cuenta de
mis pocas ganas de hablar nada más saludarme, porque no rom-
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