Page 60 - Mucho antes de ser mujer
P. 60

Mucho antes de ser mujer

            pieron ni una sola vez mi mutismo. Presa de mis pensamientos no
            podía dejar de pensar en la gran paradoja en la que se había conver-
            tido mi vida. Desde muy niña me había prometido no caer jamás
            en los errores en los que había caído mi madre, y ya, con tan sólo
            trece años, había cometido mi primer gran error, un error que casi
            me había costado la vida.
                 Era viernes y llegamos a casa a media tarde, Tía Carmen y
            yo nos dirigimos directamente a mi habitación para dejar allí mis
            cosas.
                 —¿Quieres que hablemos Ana?, me preguntó ella sin forzarme.
                 —Preferiría no hablar de eso Tía Carmen, me hace sentir mal.
                 —Te comprendo; pero tendremos que afrontar el tema, tu tío
            y yo nos sentimos culpables.
                 —Eso sí que no; vosotros no sois culpables de nada, sólo yo
            tengo la culpa, no he sabido comportarme como debiera y me sur-
            gieron problemas que no supe de qué manera resolver. Estaba tan
            agobiada que sólo vi esa escapatoria. He cometido una gran estu-
            pidez, pero no tenéis que pensar ni un sólo momento que podríais
            tener culpa alguna. Sois las personas que más quiero en este mundo
            y lo que más me duele es haberos hecho daño con mi estúpida
            ocurrencia.
                 —¿Puedo ayudarte en algo?, si me contases lo que te ocurrió
            podríamos superarlo juntas, yo también me he sentido deprimida
            muchas veces, y de joven ocurren cosas que te hacen sentir muy
            mal, pero se olvidan enseguida.
                 —Supongo que sí, he pensado mucho durante este último
            mes y he llegado a la conclusión de que no merece la pena sufrir
            por quienes no te quieren.
                 En aquella sentencia mía tía Carmen notó al momento que
            hacía referencia, no sólo a quien pudiese haberme enamorado, sino
            también a mi madre. En cualquier momento podríamos recibir la
            trágica noticia y debía estar preparada. Una forma de evitar el dolor
            era reprochando su desatención conmigo, aunque en realidad aquel


                                       — 59—
   55   56   57   58   59   60   61   62   63   64   65