Page 7 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

                 Con sólo veinte años, ingresó por primera  vez en la cárcel,
            lo recuerdo muy bien; yo acababa de cumplir los cinco y vi cómo
            entraban aquellos policías armados en la sucia habitación que com-
            partíamos con un yonqui desconocido, quien dormía con ella por
            aquel entonces. A mí me llevaron los servicios sociales llorando y
            muy asustada. Me vi de pronto en un lugar totalmente extraño,
            rodeada de gente desconocida y en un ambiente al cual no estaba
            acostumbrada.
                 Durante dos años permanecí en un hogar de acogida espe-
            rando el regreso de mi madre, deseaba enormemente que se reha-
            bilitase para que su vida fuese otra en cuanto saliese de la cárcel.
            Así fue las dos primeras semanas al terminar de cumplir condena;
            pude volver con  ella y ambas nos fuimos a vivir a casa de una tía,
            hermana de mi abuelo, que estuvo dispuesta a darnos cobijo una
            temporada confiando en la recuperación de su descarriada sobri-
            na Isabel. Esas dos semanas forman parte de mi selectiva memoria
            como una época alegre y positiva. Recuerdo cómo mi madre salía
            a pasear conmigo, caminábamos mucho las dos juntas, me llevaba
            a ver cosas que nunca antes había podido conocer, jugábamos en
            casa junto a mis tíos y todo discurría felizmente y con total norma-
            lidad. Pero mi madre era aún joven, muy joven. Pronto comenzó a
            salir de nuevo con amigos nada recomendables, a pasarse días y no-
            ches enteras sin siquiera verme y a llegar drogada y borracha, como
            cuando vivíamos en aquella apestosa habitación. La hermana de su
            padre y su marido, quien nunca había estado muy de acuerdo con
            recogernos, no tardaron en echarla de casa, y ella no quiso dejarme
            con Tía Carmen a pesar del empeño que ésta puso para conseguir
            hacerse con mi custodia.
                 Aquella tarde vagamos juntas por la ciudad durante varias ho-
            ras, sin apenas equipaje a excepción de una desvencijada bolsa de
            deporte y la ropa que llevábamos puesta. Anduvimos dando vueltas
            por los barrios más conflictivos, los sitios donde mi madre tenía a
            casi todos sus conocidos, aquellos a los que ella llamaba amigos y


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