Page 9 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

            nuestra presencia. La mujer avisó a los demás y todos miraron hacia
            nosotras. Yo no decía nada, tan sólo miraba para ellos sin separarme
            un momento del cuerpo de mi madre, que seguía dormida. Aún no
            había amanecido y hacía bastante frío, me horrorizaba pensar que
            aquellas personas pudiesen echarnos, la idea de pasar el resto de la
            noche a la intemperie ya me hacía temblar, entonces la mayor de las
            dos mujeres que formaban el grupo dijo:
                 —¿Qué hacen aquí esas dos?, pobre niña, ¿a qué madre se le
            puede ocurrir tener así a una hija?, debe de estar muerta de frío.
                 —Dejadlas estar, mientras no hagan ningún daño… —co-
            mentó uno de los hombres.
                 Aquella observación me alivió muchísimo, temía que pudie-
            sen echarnos a la calle, y aunque allí hacía bastante frío no era nada
            comparable a permanecer fuera. Ya se abría la puerta del ascensor
            y en unos minutos podría volver a dormirme. Echaba de menos
            el calor del hogar y la cómoda cama de la que disfrutaba en casa
            de Tía Carmen; pero quería estar con mi madre, en cierto modo
            me sentía obligada a acompañarla y a protegerla. Sufría cuando la
            veía totalmente drogada, casi cayéndose, y en un deplorable estado:
            pero siempre intentaba no llorar, aunque luego, cuando ella no me
            veía, me resultaba imposible contener las lágrimas. Quería mucho
            a mi mamá pero era muy triste verla en aquella situación.
                 Cuando ya casi habían entrado los cuatro en el ascensor, la
            más joven de las mujeres se quedó mirándonos fijamente y pude
            ver cómo unas incipientes lágrimas comenzaban a correr por sus
            mejillas.
                 —Esto no podemos permitirlo, pobre niña, pero si está tiri-
            tando de frío.
                 —¿Y qué pretendes que hagamos, que las metamos en casa?
            —preguntó a la mujer, quien parecía ser su pareja.
                 —Podemos llamar a la policía, ellos se harán cargo; no vamos
            a dejar a esta niña aquí con esa mujer en el estado en que se encuen-
            tra, ¿es que no veis que ni se ha despertado? Esta pobre chiquilla


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