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Muros. Historia viva


            toridad, poniéndose a su servicio y haciéndole entrega del almacén de pólvora,
            así como de todas las armas que disponían en el castillo. Le entregaron todas las
            provisiones que este solicitó.
               La Junta permanecía en el Ayuntamiento a la espera de las órdenes que Ta-
            boada les habría de transmitir. A pesar de todo, la Junta siguió insistiendo en
            la conveniencia de esperar a los franceses fuera de la Villa y utilizar la diplo-
            macia para evitar que el pueblo fuese destruido. Tenían, sin embargo, en con-
            tra a los vecinos de las parroquias de Serres, San Mamede, Carnota, Esteiro
            y Lira, que también sostenían debía procederse por las armas contra los fran-
            ceses. Esa discrepancia en el procedimiento hacía que las citadas parroquias
            estuviesen en pugna con Muros, y los propios guerrilleros habían llegado a acu-
            sar a los muradanos de colaborar con los invasores para no sufrir sus ataques.
               Los más nefastos presagios de la Junta se hicieron patentes el desastroso 26 de
            marzo. Las tropas francesas llegaron esa mañana por el monte, frente a la isla de
            San Antón, mucho antes de que Taboada tuviera preparada a defensa. Las lanchas
            no se habían artillado, como se había pensado hacer para atacar las tropas enemi-
            gas desde el mar. Tan solo un barco portugués que se encontraba fondeado en la
            bahía podía, con su escasa artillería, apoyar a los cañones del castillo, mas su ac-
            tuación fue enormemente limitada, no contribuyendo en casi nada la defensa local.

               Taboada había prohibido a los vecinos de la Villa ponerse a salvo, obligándo-
            les a luchar a pesar de estar desarmados y en franca desventaja. Los paisanos de
            Carnota, mucho mejor ubicados y equipados, se batieron durante algún tiempo.
            Los de Serres también se batieron en batalla. Mas, viendo unos y otros cómo
            los de Muros, desprovistos de armas -Taboada se las había entregado a los que
            luchaban en la vanguardia- y al ver que no podían contener al enemigo solo
            trataban de escapar, fueron haciendo progresivamente lo mismo. De manera tal
            que las tropas francesas penetraron en la Villa pasando a cuchillo a todos cuan-
            tos encontraban en su camino y quemando las casas. Taboada había tomado la
            precaución de coger el dinero antes de embarcar en una lancha para huir, pero
            fue interceptado por unos vecinos acalorados que consiguieron recuperar lo sus-
            traído por el fugitivo. Se dijo que finalmente Taboada consiguió refugiarse en el
            barco portugués y escapar hacia El Pindo, desde donde marchó hacia Corcubión.
               El resultado final de aquella defensa fue la ruina del pueblo. Los más pre-
            visores pusieron a salvo las alhajas, los papeles y el dinero del que disponían,
            guardándolos en las lanchas que tenían varadas en la playa. Otros vecinos con-
            siguieron huir por mar y, a pesar de las órdenes de Taboada, ese mismo día 26 a
            primera hora de la mañana, los hombres de más edad junto con niños, mujeres
            y enfermos, habían abandonado la Villa buscando refugio en los montes de los


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