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José Manuel Bermúdez Siaba
aledaños para poner sus vidas a salvo. Eso evitó que la invasión de la Villa fuese
una atroz carnicería. A pesar de todo, fueron muchos los habitantes, incluidos
niños, asesinados por los soldados.
La destrucción del pueblo fue casi total. Fueron quemadas 185 casas y des-
truidos los archivos municipales. Documentos de gran valor histórico que se
guardaban en las casas de las personas más influyentes del pueblo ardieron tam-
bién en las llamas. El pueblo quedó prácticamente inhabitable. Almacenes y co-
mercios resultaron presa del fuego, quedando la Villa desabastecida. Familias
enteras se encontraron de un día para otro en la calle, desnudos y sin tener que
comer. Fue tal la destrucción causada que, aún en la Navidad de ese mismo año,
cuando ya los franceses habían abandonado la Villa, permanecían las ruinas y las
calles seguían llenas de escombros.
Segunda incursión francesa
En el mes de junio de 1809, el pueblo volvió a sufrir otra incursión de las tro-
pas enviadas por Bazán -el traidor que ejercía de director para los franceses en
la provincia-. Se volvieron a poblar los montes de gente que abandonaba la Villa
y se repitieron los embarques y transportes ante el temor de un nuevo saqueo e
incendio. Pero esa segunda vez Muros contó con la ayuda de la fragata inglesa
«Aretusa», al mando del capitán Robert Mends, que con su artillería y con su
tropa, ayudados por los naturales de la Villa, hizo huir a los franceses.
En el centro la fragata inglesa Aretusa (grabado). Fuente: Archivos de la Real Marina Británica
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