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Zuffu se arriesgó a mirar dentro de la colmena.
—¡Ah, sí, claro que está la reina! -dijo, en-
cantado-. Bueno, pues va a tener usted una
colmena más -añadió.
—No -dijo el campesino muy despacio-; esta
colmena será tuya. Te la doy como salario.
¿Te conviene el trato?
—¡Oh, sí! -exclamó Zuffu sin aliento-. Se lo
agradezco muchísimo. Selim se va a volver
loco de alegría.
—¿Y tú, no estás contento? -preguntó el
campesino, riéndose.
—¡Sí, sí, ya lo creo! ¿Sabe que ya tenemos
un chivito y doce huevos que se van a abrir
dentro de nada?
—Ya me he enterado. Y ahora eres dueño de
una colmena, además. Si todo sale bien, se-
guramente tendrás un enjambre nuevo cada
año. De aquí a algún tiempo podrás recoger
tu propia miel.
El campesino se ofreció a llevarle la colmena
hasta el pueblo, pero Zuffu no le hubiera de-
jado hacerlo por nada del mundo. ¡Estaba tan
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