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—No sé a cuál de los dos le gusta más dar
saltos, si a Beek o a ti... -le decía Ahmet,
muerto de risa.
De manera que fue Zuffu quien se encargó
de recolectar los albaricoques.
Había una hermosa plantación justo a la sali-
da del pueblo, y por una vez el trabajo de Zuf-
fu sería más fácil y divertido. La recolección
se hacía en grupo. Alrededor de los árboles
había casi tantas mujeres como niños char-
lando alegremente, igual que abejas zumban-
do alrededor de un macizo de flores.
Cuando recogieron todos los albaricoques,
hubo que cortarlos por la mitad y quitarles el
hueso. Después los pusieron a secar encima
del tejado plano de la casa. El tiempo era muy
seco y el sol ardía, así que los frutos pronto
estarían listos para meterlos en sacos.
—¿Qué prefieres? -preguntó el hortelano a
Zuffu cuando terminaron-. ¿Algo de dinero o
uno de estos árboles? Tengo uno pequeño
que empezará a dar fruto el verano que vie-
ne. Si lo quieres, es tuyo.
Zuffu reflexionó un momento.
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