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—Pues preferiría el albaricoquero -dijo-. Así
tendría un poquito de dinero todos los años
con la venta de los albaricoques que diera el
árbol. Pero...
—Pero... ¿qué? -preguntó el hortelano.
—Es que no sé si tendré sitio en mi jardín,
que es muy pequeño, para las cabras, los
pollos, las colmenas y un albaricoquero.
El hortelano se echó a reír.
—¡Vaya idea que has tenido! -dijo-. No tie-
nes que llevarte el árbol. Está bien agarrado a
la tierra donde ha crecido. Tendrías que venir
aquí todos los veranos para recoger la fruta.
—¡Ah...! -exclamó Zuffu, encantado-. Si es
así, prefiero el arbolito. Me apetece muchísi-
mo volver todos los años a Sapanca.
Más tarde, llevó a Selim a verlo.
—¡Mira qué bonito es! -exclamó, pasando la
mano por el tronco-. El hortelano me ha di-
cho que, aunque ahora es un árbol pequeño,
promete ser estupendo. Cada año se pondrá
más grande y dará un poco más de fruta.
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