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Zuffu aprendió enseguida a llevar el búfalo.
Los búfalos son rumiantes pacíficos, con bar-
bas como flecos y grandes cornamentas cui-
dadosamente enrolladas hacia su cuello.
Nada les hace mayor ilusión que encontrar un
hoyo lleno de agua o de barro para revolcar
en él sus enormes corpachones oscuros. En
Sapanca disponían del agua clara del lago, de
modo que podían disfrutar con bastante fre-
cuencia. Quizá por eso tenían tan buena vo-
luntad para llevar a cabo el trabajo que se les
exigía.
Durante días y días Zuffu se paseó en redon-
do, de pie, encima de la tabla que arrastraba
un gran búfalo. Después aprendió a sacudir la
criba lo bastante fuerte como para cerner el
grano y limpiarlo de polvo y paja. Durante
muchas horas, hizo volar en el aire puñados y
más puñados de trigo, mientras a su lado cre-
cían dos grandes montones: uno de fina paja
molida y otro de trigo limpio.
Pasaban los días, y de cuando en cuando lle-
gaba una carta de Estambul. Era del padre de
Zuffu o del de Selim, pero no llegó ninguna
de la anciana Aixa ni de Abdurrhaman, el ta-
llista de piedra.
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