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cuidaban de las larvas, las guerreras monta-
ban guardia y las obreras ¡ban a libar el néctar
de las pocas flores que habían resistido el sol
ardiente del verano.
Beek crecía rápidamente. Ahora estaba reves-
tida por un espeso vellón blanco y lleno de
bucles que era el orgullo de los dos mucha-
chos. Selim arrimaba la cara al magnífico pela-
je del animalitoy le decía:
—Nunca te vamos a vender, Beek. Te queda-
rás con nosotros hasta que seas muy, muy
viejecita, y cuando Semra pueda oír le dire-
mos: «Mira, ésta es Beek, y si oyes y hablas,
que sepas que es un poco gracias a ella, por-
que ha traído al mundo muchos cabritillos.»
Pasaron los días y las semanas. Cuando ter-
minó la recolección de las avellanas, que eran
los frutos más tardíos, llegó la hora de pensar
en volver a la ciudad.
El señor Averi había escrito diciendo que el
domingo siguiente se acercaría a recoger a los
dos chicos. Les quedaban sólo dos días para
preparar el traslado de Beek, los pollitos y
la colmena. Pero Beek no estaba aún desteta-
da, los pollitos caminaban detrás de la gallina
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