Page 148 - selim
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—Y,   ya  que  estamos,   tráete  también   tu  col-
                  mena.  Tengo   más   de  cincuenta  en  el  lindero
                 del prado.  Una más no me estorbará.



                 Con   las  manos   llenas  de  monedas   de  plata,
                 Selim   ya  no  sabía  qué  hacer  ni  qué  decir.  Le
                 hubiera gustado tanto dar las gracias a     Rahmi,
                 a quien todo el   mundo encontraba tan     avaro y
                 que acababa de ser tan generoso con él.



                  Pero el hombre ya estaba gruñendo:

                 —¿A qué     esperas?   ¿No  oyes  el  balido  de  las
                 cabras? Ahmet no debe de       saber ya   ni  dónde
                 tiene la cabeza,   ahora que le  has dejado solo.
                  ¡Vamos, date prisa!



























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