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ees dudó un momento y, después, echándose
la gorra hacia atrás, levantó en vilo a Selim
como si fuera un cabritillo y le plantó dos so-
noros besos en las mejillas. ¡Jamás se había
visto a Rahmi dar un par de besos a un crío! El
asombro fue tan grande que en la plaza no se
oía ni un solo ruido, a no ser el «kikirikí» de un
gallo joven que todavía no cantaba muy bien y
el mugido de un búfalo despistado.
Pero Selim se echó a reír porque Rahmi lleva-
ba mal afeitada su áspera barba negra y le ha-
bía pinchado las mejillas con ella. Zuffu se
echó a reír con él y toda la gente del pueblo
allí reunida rió también. Las risas revolotea-
ban alrededor del coche como las abejas alre-
dedor de la colmena azul. Fue una despedida
muy alegre y de ella se habló durante mucho
tiempo entre la gente del pueblo.
En las breves cartas que Zuffu le había escri-
to a su padre sólo había hablado de pasada
de sus trabajos y de la meta que se habían
propuesto Selim y él. Pero el señor Averi es-
taba interesado en conocer algunos detalles.
Con una sencilla pregunta, provocó una ver-
dadera avalancha de respuestas. Se lo conta-
ron todo: la historia de Semra, que se asusta-
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