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Cuando el señor Averi llegó en su automóvil,
los campesinos interrumpieron sus tareas. No
había tantas distracciones en Sapanca como
para perderse ese acontecimiento, y, además,
era domingo.
Pronto el pueblo entero estuvo reunido en la
plaza, alrededor del automóvil, así que los
muchachos no tuvieron que caminar mucho
para ir a despedirse de sus amigos. Allí esta-
ban todos los labradores que les habían ayu-
dado. Y hasta Rahmi se acercó a la plaza con
su paso lento y pesado.
—Hasta la vista, señor Rahmi -le dijo Zuffu
con gran seriedad, alargándole la mano-. Es-
pero que nuestras gallinas se lleven bien con
las suyas y que nuestras abejas no les quiten
a las de usted sus flores preferidas.
—Y que Beek no se vuelva demasiado gloto-
na y no elija las mejores hierbas de su monte
-añadió Selim.
Y, después de estas palabras, se puso de pun-
tillas con la intención clarísima de despedir-
se del alto y severo Rahmi dándole un abrazo.
Rahmi echó una ojeada a la gente del pueblo
que, por supuesto, le estaba mirando. Enton-
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