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—Has elegido bien -comentó el dueño de las
colmenas-. Está casi completamente nueva.
¿Te sientes capaz de llevarla hasta la higuera?
Yo voy a llevar los avíos para ahumar el en-
jambre.
La colmena estaba hecha de madera, y no
pesaba demasiado. Tardaron una hora en lle-
gar al árbol que albergaba el enjambre.
—Apártate -le dijo el hombre a Zuffu-. Podrían
picarte.
Él se había colocado una especie de máscara
con la que se protegía la cara y metió las ma-
nos en unos guantes muy gruesos. Al pie de
la higuera prendió fuego a unas ramas ver-
des, que enseguida empezaron a formar un
humo espeso. Poco a poco, las abejas, que al
principio revoloteaban alocadamente, se fue-
ron calmando hasta quedarse adormecidas.
—Ahora es el momento -dijo el hombre-. El
humo las ha atontado.
Hundió las dos manos en el hueco del tron-
co, sacó con suavidad una buena parte del
enjambre, todo apiñado, y lo metió inmedia-
tamente dentro de la colmena.