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Para   evitar  que  se  cansara   demasiado,     el
           campesino    le  preparó  un  almuerzo   para  que
           se  lo  llevara.  Así Zuffu  podría  pasar el  día en-
           tero en  los montes sin   necesidad de volver al
           pueblo al mediodía.



           Empezó entonces     la pesada tarea.   Era  muy di-
           ferente de la del  día anterior.  Una gallina  nunca
           se  aparta  demasiado    de  su  gallinero,  aunque
           puede encontrar un buen escondrijo inespera-
           damente.



           En  cambio,   ahora  se trataba  de explorar los  ár-
           boles.  No  es  que  fueran  muy  numerosos,    ex-
           ceptuando los que había en la orilla del lago. Al-
           rededor   de  Sapanca   se  extendían  las  colinas
           rojizas,  manchadas de cuando en cuando por la
           masa verde de    una  higuera o de   un almendro.
           Pero  hasta  llegar  a  ellos  era  necesario  cruzar
           los barbechos que quedaban de la última cose-
           cha o atravesar terrenos sin cultivar, donde cre-
           cían  libremente  los  cardos y pinchos.  Zuffu  no
           llevaba  más  calzado que   sus sandalias, y pron-
           to estuvo  lleno de cortes,  rasguños y arañazos.
           Pero eso no le impedía avanzar.



           A su vuelta   al  pueblo  la  primera  noche,  Zuffu
           había   caminado    cerca  de  veinte  kilómetros


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