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Tanto,  que   bailaba  el  día  entero  al  son  de  la
            flauta  de  caña  del  pastor y achuchaba  un  mon-
            tón de veces a Beek, la cabritilla.


             El  cuarto  día  Zuffu  volvió  a  partir  hacia  los
             montes.   El  campesino    lo  vio  marchar  y  me-
             neó la cabeza:


            —Vaya    un  muchacho    valiente -comentó    a  su
            vecino-   Me apuesto cualquier cosa a que aca-
             ba  encontrando   el  enjambre.  Te  confieso  que
            yo no me    hubiera tomado tanto trabajo.

            —Cuando      encuentre   tus  abejas  -le  contestó
             el  vecino-  haz  el  favor  de  mandármelo.  Em-
             pezamos a    recolectar los albaricoques...



            Zuffu volvió  poco después del     mediodía.

            —¡He    encontrado   el  enjambre!   -gritó  al  due-
             ño  de-las  colmenas  cuando   lo vio a  lo  lejos-.
             Está como a   una  hora de aquí, en   una higuera
             silvestre.


            —Así    que  te  has  salido  con  la  tuya  -dijo  el
             hombre, riéndose.

            —¡Claro!    -contestó   Zuffu,  riendo  también-.
             Todo el  árbol  zumbaba   como si  fuera  una  col-
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