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por los montes. Estaba muerto de cansancio
y durmió de un tirón, sin esperar siquiera la
vuelta de Selim. Cuando éste llegó a la casita
donde se hospedaban, encontró una carta de
su padre que le dio una alegría enorme. Lla-
mó a su amigo:
—¡Zuffu! Ven, mira: tengo una carta de mi
padre. ¡Zuffu!
Pero Zuffu no le oía. Al ver Selim lo dormido
que estaba, se guardó la carta en el bolsillo,
pensando que ya tendría tiempo para contar-
le la noticia al día siguiente.
Pero cuando Selim se levantó al amanecer,
Zuffu seguía profundamente dormido. «¡Qué
cansado está!», pensó. Le dejó la carta al al-
cance de la mano y se marchó corriendo. Es-
taba un poco avergonzado porque había ele-
gido el trabajo más fácil, y pensó proponerle
a Zuffu que se cambiaran las tareas.
Zuffu se despertó al poco tiempo. Cuando vio
el sol dando de lleno en la calle del pueblo y
escuchó el cacareo de las gallinas y los mugi-
dos de los búfalos, dio un salto y se levantó a
toda prisa, sin ver siquiera la carta.
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