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que preguntarle si está buscando a un niño
llamado Selim».
—La verdad es que has tenido una buena
idea -reconoció Zuffu- Pero ¡menudo traba-
jo le has encargado a Abdurrhaman, si tiene
que estar pendiente de la gente que pasa por
la calle a la vez que trabaja! ¡Con tal de que
no corte torcidas todas las piedras!
—¡Qué va! -replicó Selim-. Dicen que es el
mejor tallista de Estambul. Puede estar traba-
jando con las manos y a la vez dejar la vista
vagar un poco a su alrededor, estoy seguro.
Selim estaba acostumbrado a ver a su madre
preparar un pastel dándole vueltas y vueltas a
la masa sin perder de vista a su hermanita
Melahat. También su padre sacaba brillo a los
zapatos hasta que relucían como soles mien-
tras miraba los polvorientos pies de la gente
que caminaba por la plaza. Y a mamá nunca
se le estropeaba un pastel. Y su padre no de-
jaba pasar por su lado un par de zapatos cu-
biertos de polvo sin preguntar a su dueño:
«¿Un golpecito de cepillo a su calzado, se-
ñor?»
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