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Llevó al granjero  hasta  un extremo del pueblo
            y  le  enseñó  una   vieja  carreta  tumbada   que
            parecía  reposar   en  el  suelo  después  de  una
            larga vida de trabajo.


            —¡Será    posible!   ¡Pero  si  he  buscado   aquí
            más de diez veces! -dijo el granjero.

            —Es   que   hay que  meterse   boca  abajo,  arras-
            trándose    debajo  de   los  tablones  -contestó
            Zuffu.



            La  gallina  había  escarbado  tan  bien  en  la  tie-
            rra  para  hacer  su  nido,  que  estaba  completa-
            mente    oculta  por  la  carreta.  El  granjero  se
            arrastró como le   acababa de enseñar Zuffu.

            —¡De    modo    que   estás  ahí,  maldito  bicho!
            -gruñó,   pensando que aquella gimnasia ya       no
            era propia de su edad.



             La  gallina  parecía enorme,  de tanto como    ha-
            bía  hinchado  las  alas y  el  buche  para  dar  más
            calor a  los  huevos  que  estaba  decidida a  em-
            pollar.  El granjero  la levantó un poco, sujetán-
            dola, y contó los  huevos que    había en el nido.

            —No    cabe  duda,  muchacho -le     dijo  a Zuffu-
             de  que  tu  amigo  y  tú  traéis  suerte.  Primero


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