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—No    está  por  los  alrededores  -dijo  el  cam-
             pesino-;  si  no,  ya  la  hubiera  encontrado yo.
             Puede que la   haya matado algún bicho, o que
             la  haya  atropellado  alguien.   Pero,  de  todos
             modos,    búscala  a  conciencia.   Era  la  gallina
             más   hermosa   de todo   mi  gallinero y  la  mejor
             ponedora, además.


             La gallina roja dio muchísimo que hacer a Zuf-
             fu  hasta  que  la  encontró.  Tardó  nada  menos
             que dos días en descubrir su escondrijo.


             La  primera  noche   volvió  a  casa  lleno  de  pol-
             vo,  por  haber  estado  arrastrándose    bajo  los
             matorrales   y  resbalar  hasta  el  fondo  de  los
             hoyos del terreno.

             —No crea    usted  que vengo de jugar -dijo con
             pesadumbre     al  campesino-.   He  buscado   esa
             gallina  roja sin descansar ni  un solo momento.

             —¡Vaya    si  te  creo!  -repuso  el  granjero  dán-
             dole un cachetito amable en la mejilla.


             Pero  la  segunda   noche,  cuando volvió,   Zuffu
             traía la cara brillando de alegría.


             —He    encontrado   la  gallina  roja -dijo- y,  ade-
             más,   no  está  muy   lejos  de  aquí.  Ha  puesto
             sus huevos y los está empollando.


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