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mena enorme. Es un árbol muy viejo, el tron-
co está hueco y las abejas se han instalado
en su interior muy confortablemente.
—¡Demonios! -dijo el hombre rascándose la
cabeza-. Eso me va a complicar las cosas.
Bueno, qué se le va a hacer; vamos para allá...,
a menos que tú estés demasiado cansado.
—No -respondió Zuffu-. Hoy no he andado
casi nada. Me he quedado un buen rato al
lado de la higuera, porque no estaba muy se-
guro de que fuera el enjambre que buscaba...
—Es ése, no te preocupes. Cuando un en-
jambre se pierde, se corre la voz de pueblo
en pueblo, por todos los alrededores. ¡Traería
mala suerte quedarse con las abejas de otra
persona! No hay más enjambre perdido que
el mío en estos momentos...
El hombre se encaminó a un almacén donde
guardaba algunas colmenas vacías para utili-
zarlas en el caso de tener que instalar nuevas
colonias de abejas.
—Mira -le dijo a Zuffu-; dime cuál de estas
colmenas te gusta más.
—Esa azul me parece bonita -contestó él.
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