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sintió  más  que  un  extraño  murmullo.  A su  al-
         rededor,  las bocinas de los coches,   el  ruido de
         los pasos en  la acera,  habían desaparecido.


         «Me gustaría   saber por qué se entretenía     con
         esa clase de juego»,   pensó Zuffu.



         Y  se  prometió  aclarar  ese  misterio.  Para  él,
         los  misterios  no  debían  existir.  Si  se  topaba
         con  uno,  siempre   se  las  arreglaba  hasta  en-
         contrar  una  explicación.   Solía  observar   con
         muchísima    atención  lo  que  ocurría  a  su  alre-
         dedor,  y  por  eso  conocía  una  cantidad  de  co-
         sas increíble para  un niño de su edad.


                                *  *  *



         El  señor Averi  se  sentía  orgulloso  de  su  hijo,
         pero,  en  ese  momento,     no  lo  estaba  de  sí
         mismo en absoluto.


         El  doctor  Kharaman   había tendido a   Selim  en
         una  estrecha  camilla,  y  el  señor Averi  le  con-
         taba,  por tercera  vez,  cómo  había  ocurrido  el
         accidente.


         El  doctor  era  un  hombre  alto y fuerte e  inspi-
         raba confianza.  Se dirigió ai señor Averi:


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