Page 110 - Donde termina el arco iris
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CECELIA AHERN Donde termina el Arco Iris
Capítulo 24
Kevin:
Hola, hijo. Ya sé que no soy muy dado a escribir cartas, pero no estoy seguro de
que nos dieras bien el número de teléfono de la residencia de empleados. Cada vez
que llamo nadie contesta sea la hora que sea del día o la noche. O nos diste mal el
número, o vuestro teléfono no funciona bien, o todo el mundo trabaja tanto que
nunca hay nadie. No me gustaría nada la idea de tener que compartir el teléfono con
otros treinta empleados. ¿Por qué no te agencias uno de esos teléfonos móviles? Así
tu familia tendría ocasión de ponerse en contacto contigo de vez en cuando.
Espero que no estés haciendo ninguna tontería ahí abajo. Rosie se jugó el cuello
para conseguirte ese puesto en la cocina. No la pifies como has hecho otras veces.
Ahora tienes una buena oportunidad para empezar tu vida con buen pie. Tu viejo ya
tiene sesenta años; no estaré aquí para siempre así que tendrás que dejar de contar
conmigo, ¿sabes?
Qué lástima que no pudieras venir a mi fiesta de jubilación. La empresa invitó a
la familia en pleno. Nos trataron realmente bien toda la noche. De hecho, me han
tratado muy bien durante treinta y cinco años. Stephanie, Pierre y Jean-Louis
vinieron desde Francia. Rosie, Greg y la pequeña Katie también asistieron. No me
estoy metiendo contigo, hijo, sólo es que me hubiese gustado que también estuvieras
tú. Fue una velada muy emotiva. Si hubieses venido, habrías visto llorar a tu viejo.
Es curiosa la vida. Me he pasado cuarenta años trabajando para ellos y recuerdo
el primer día como si fuese ayer. Acababa de terminar los estudios, estaba ansioso
por gustar. Quería empezar a ganar dinero para poder pedirle a tu madre que se
casara conmigo y comprar una casa. En mi primera semana de trabajo dimos una
fiesta en la oficina para un tipo mayor que se jubilaba. No le presté demasiada
atención. La gente largaba discursos, le hacía regalos, hablaba de los viejos tiempos.
Pero a mí sólo me importaba que me estuvieran obligando a quedarme horas extras
que no iba a cobrar cuando lo que quería era salir pitando de allí para proponerle
matrimonio a tu madre. El tipo que se jubilaba había trabajado allí toda su vida, tenía
los ojos llorosos, estaba muy disgustado por tener que marcharse y tardó una
eternidad en terminar su discurso. Pensé que no iba a callarse nunca. Llevaba el
anillo de compromiso en el bolsillo. No paraba de palparme los pantalones para
comprobar que el estuche de terciopelo seguía en su sitio. Estaba impaciente. Quería
que aquel pobre viejo acabara de una vez.
Se llamaba Billy Rogers.
Antes de marcharse quiso llevarme a un aparte y explicarme unas cuantas cosas
sobre la empresa, visto que yo era nuevo. No escuché una sola palabra de lo que me
dijo. Hablaba y hablaba como si no tuviera intención de irse de aquella maldita
oficina. Le metí prisa. La empresa no me parecía tan importante por aquel entonces.
Siguió viniendo a visitarnos a la oficina una vez por semana. Merodeaba por
nuestros escritorios dando la lata a los nuevos y también a algunos de los veteranos.
Daba consejos y supervisaba cosas que ya no eran asunto suyo. Nosotros sólo
queríamos que nos dejara hacer nuestro trabajo. Aquella ofi cina era su vida. Un buen
día le dijimos que se buscara un pasatiempo, algo que lo mantuviera ocupado.
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