Page 213 - Cementerio de animales
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«Que yo sepa, es el único.»
               «Ante todo lo haces porque, una vez has estado allí, es como si el lugar fuera
           tuyo.»

               «Tenía la carne hendida.
               "Hanratty", un nombre ridículo para un toro.
               «El hombre cultiva lo que puede… y lo cuida.»

               «Son mis ratas. Y son mis pájaros. Yo soy el responsable.»
               «Es un lugar secreto, y te pertenece, y tú le perteneces.»
               «Se volvió malo, pero, que yo sepa, es el único.»

               ¿Qué quieres buscar ahora, Louis, cuando empiece a soplar el viento de la noche
           y la luna ilumine el sendero del bosque? ¿Quieres volver a subir la escalera? Cuando,
           en las películas de terror, el héroe o la heroína suben esa escalera, todos los que están

           en el cine saben que es una estupidez, pero en la vida real ellos las suben también:
           fuman, no se abrochan el cinturón de seguridad, llevan a la familia a vivir al lado de

           una carretera por la que día y noche pasan camiones arriba y abajo. Conque Louis,
           ¿qué piensas hacer? ¿Vas a subir la escalera? ¿Quieres conservar a tu hijo o prefieres
           perder la razón?
               «Ajajá, vamos allá.»

               «Se volvió malo… Que yo sepa, el único… La carne estaba… El hombre… Te
           pertenece…»

               Louis  tiró  el  resto  de  la  cerveza  por  el  fregadero.  De  pronto,  sintió  ganas  de
           vomitar. La habitación le daba vueltas vertiginosamente.
               Sonó un golpe en la puerta.
               Durante largo rato —por lo menos, a él le pareció largo—, Louis creyó que el

           golpe  había  sonado  sólo  dentro  de  su  cabeza,  que  era  una  alucinación.  Pero  la
           llamada se repitió una y otra vez, paciente, implacable. Y, de pronto, Louis recordó el

           cuento de la mano del mono y sintió un terror helado. La sentía como una realidad
           física; era como una mano muerta que hubiera estado conservada en un frigorífico,
           una  mano  muerta  que  hubiera  cobrado  vida  y  se  le  hubiera  metido  debajo  de  la
           camisa  para  oprimirle  el  pecho  a  la  altura  del  corazón.  Era  una  imagen  tonta  y

           repugnante; pero la sensación no era una tontería. Oh, no.
               Louis fue hacia la puerta, caminando sobre unos pies que no sentía y levantó el

           pestillo con dedos fláccidos. Mientras abría la puerta, pensaba: «Será Pascow. Con
           sus shorts colorados, y con más moho que un pan del mes pasado. Pascow con su
           cabeza monstruosa, que vuelve para avisarme: No subas ahí. ¿Cómo era la canción de

           los Animals? "Baby please don't go, baby PLEASE don't go, you know I love you so,
           baby please don't go…"»       [4]

               La puerta se abrió, y sobre el fondo de aquella medianoche oscura y ventosa que
           precedía al día del entierro de su hijo, estaba Jud Crandall. Su fino pelo blanco se




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