Page 216 - Cementerio de animales
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poco dinero y en sus últimos tiempos, cuando tomaba unas copas de más, solía
regalar doscientos o trescientos acres a quien se le antojaba.
—Pero, ¿no se hacían escrituras? —preguntó Louis, fascinado a pesar suyo.
—Oh, sí, nuestros abuelos se pintaban solos redactando escrituras de
compraventa —dijo Jud encendiendo otro cigarrillo con la colilla—. La concesión
original de tu propiedad dice, más o menos, así —Jud entornó los ojos y recitó de
memoria—: «Desde el viejo arce que está en lo alto del cerro de Quinceberry hasta la
margen del arroyo Orrington, es la extensión que abarca el terreno de norte a sur.» —
Jud sonrió sin humor—. Lo malo es que el arce cayó en 1882, digamos, y en 1900
estaba reducido a musgo, y que el arroyo Orrington se empantanó en los diez años
transcurridos entre el final de la Gran Guerra y el hundimiento de la Bolsa. Y no
quieras saber el zafarrancho. Pero al viejo Anson acabó por no importarle, porque en
1921 lo mató un rayo, precisamente por donde está el cementerio.
Louis miraba fijamente a Jud. Jud tomó un sorbo de cerveza.
—Pero no importa. Hay muchos sitios en los que la cuestión de la propiedad está
muy embarullada y no hay quien saque nada en limpio, sólo los abogados hacen su
buen dinero. Eso lo sabía bien Dickens. Yo supongo que, al final, irán a parar a los
indios. Pero, en realidad, eso no importa, Louis. Esta noche yo he venido a hablarte
de Timmy Baterman y su padre.
—¿Quién es Timmy Baterman?
Timmy Baterman era uno de la veintena de muchachos de Ludlow que fueron a
Europa a luchar contra Hitler. Se marchó en 1942 y en 1943 regresó dentro de una
caja envuelta en una bandera. Había muerto en Italia. Bill Baterman, su padre, no
salió de este pueblo en toda su vida. Cuando recibió el telegrama por poco se vuelve
loco… pero luego se apaciguó. Él sabía lo del cementerio micmac, y había decidido
lo que iba a hacer.
Había vuelto la tensión. Louis miró fijamente a Jud, tratando de descubrir un
indicio de que estuviera mintiendo, pero no lo vio. De todos modos, era mucha
casualidad que fuera a hablarle de aquello precisamente ahora.
—¿Por qué no me lo contaste aquella noche? —preguntó al fin—. Después…
después de que lleváramos al gato. Cuando te pregunté si se había enterrado allí a
alguna persona me dijiste que no.
—Porque entonces no hacía falta que lo supieras —dijo Jud—. Pero ahora es
distinto.
Louis guardó silencio un buen rato.
—¿Y ése fue el único?
—El único al que conocí personalmente —dijo Jud gravemente—. ¿El único en
intentarlo? Lo dudo, Louis. Lo dudo mucho. Yo soy como el predicador del
"Eclesiastés", que decía que no hay nada nuevo bajo el sol. Oh, a veces el barniz que
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