Page 189 - El cazador de sueños
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Pete se giró poco a poco hacia la izquierda hasta tener la lona a tiro. Después
recuperó la postura inicial. Había servido de trineo, y ahora podría servir de mortaja.
—Perdona —dijo—. Lo siento mucho, Becky, o como te llames, pero bueno,
tampoco te habría servido de mucho que me quedara. ¡Soy vendedor de coches, no
médico, joder! Y tú ya no tenías…
Quería decir «remedio», pero se le secó la palabra en la boca al verle la espalda a
la muerta. Antes de acercarse no se la podía ver, porque había muerto de cara a la
hoguera. Tenía destrozado el culo de los vaqueros, como si después de tantos gases
hubiera prendido la dinamita. La brisa agitaba pedazos de tela azul. También se
movían fragmentos de las prendas de debajo, como mínimo dos calzoncillos largos
(uno blanco, de algodón, y el otro de seda rosa). Y tanto en las perneras de los
pantalones como en la parte de atrás de la parka crecía algo. Parecía moho, o algún
hongo. Tenía un color dorado tirando a rojo, a menos que fuera el reflejo de las
llamas.
Le había salido algo de dentro. Algo…
Sí, algo que ahora me vigila.
Pete miró el bosque. Nada. Ya habían pasado los últimos animales. Estaba solo.
No del todo, pensó.
Y era verdad. Había algo cerca, algo mal adaptado al frío, algo que prefería los
lugares calientes y húmedos. Pero…
Pero ha crecido demasiado, pensó Pete, y se ha quedado sin comida.
—¿Dónde estás?
Previo que se sentiría tonto preguntándolo, pero no fue así. El único resultado fue
tener más miedo.
Se fijó en que el moho dibujaba una especie de rastro. Salía de Becky (sí, seguro
que se llamaba así; no podía tener ningún otro nombre) y desaparecía por una esquina
del cobertizo. Poco después, Henry oyó un sonido como de escamas, como de algo
deslizándose por el tejado de cinc. Levantó la cabeza y siguió el ruido con la mirada.
—Vete —susurró—. Vete y déjame en paz, que estoy… que estoy muy jodido.
La cosa subió un poco más por la chapa, haciendo el mismo ruido de antes. Sí que
estaba jodido, sí. Por desgracia también era comestible. La cosa del tejado volvió a
deslizarse, y Pete previo que no esperaría mucho tiempo. Quizá no pudiera, a riesgo
de sufrir el mismo destino que un lagarto en una nevera. Seguro que optaba por
tirársele encima a Pete. Entonces se dio cuenta de algo espantoso: se había
obsesionado tanto con las cervezas de mierda que se le habían olvidado las escopetas.
Su primer impulso fue internarse más en el cobertizo, pero podía ser peligroso,
como huir por una calle sin salida. Prefirió apoderarse de la punta de una de las ramas
con que había alimentado el fuego. De momento no quería sacarla, sino tenerla bien a
mano. La otra punta ardía deprisa.
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