Page 266 - El cazador de sueños
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—Para que hablen de la suerte de los irlandeses.
               El resultado de esos recuerdos era que Jonesy estaba convencido de que el 15 de
           marzo ya había pasado. Se trataba de una tesis abonada por toda clase de pruebas,

           empezando por el calendario del despacho; y sin embargo volvían a fastidiarle los
           idus de marras, y ahora… ¡Ay! Hablando de injusticias, ahora el quince parecía más
           quince que nunca.

               Hasta entonces, sus recuerdos de la fecha nunca habían ido más allá de alrededor
           de las diez de la mañana. Había estado en su despacho tomando café y amontonando
           libros para llevarlos al departamento de historia, donde había una mesa de GRATIS

           CON CARNET DE ESTUDIANTE. Por motivos que se le escapaban, esa mañana no
           estaba contento. Según el mismo calendario que le había recordado la visita fallida a
           Duddits  del  17  de  marzo,  el  15  tenía  hora  con  un  alumno  que  se  llamaba  David

           Defuniak. Jonesy no tenía presente el motivo de la cita, pero más tarde encontró un
           mensaje de uno de sus ayudantes sobre un trabajo del tal Defuniak para recuperar

           nota (consecuencias a corto plazo de la conquista normanda), o sea, que debían de
           haber hablado de eso. De acuerdo, pero ¿en qué podía incomodar al profesor adjunto
           Gary Jones un trabajo para recuperar nota?
               Al  margen  de  su  estado  de  ánimo,  se  acordaba  de  haber  cantado  una  canción,

           primero tarareándola y después con el texto, que casi no tenía sentido: Yes we can,
           yes  we  can-can,  great  gosh  a'mighty  yes  we  can-can.  A  partir  de  entonces  sólo

           quedaban  una  serie  de  retazos  (desearle  buen  día  de  San  Patricio  a  Colleen,  la
           secretaria pelirroja del departamento, comprar el Boston Phoenix  en  el  quiosco  de
           delante de la facultad, dejar una moneda de veinticinco centavos en la funda del saxo
           de  un  tío  rapado  justo  después  de  cruzar  el  puente,  en  el  lado  de  Cambridge,

           compadecerse  de  él  porque  llevaba  jersey  fino  y  soplaba  mucho  viento  del  río
           Charles), pero, desde que había preparado los libros para donarlos, tenía casi toda la

           memoria en blanco. Había recuperado la conciencia en el hospital, con aquella letanía
           procedente  de  una  de  las  habitaciones  de  al  lado:  «Basta,  por  favor,  que  no  lo
           aguanto; que me pongan una inyección. ¿Dónde está Marcy? ¡Que venga Marcy!» A
           menos  que  fuera:  «¿Dónde  está  Jonesy?  ¡Que  venga  Jonesy!»  La  muerte  con  sus

           artimañas  de  siempre.  La  muerte  haciéndose  pasar  por  un  paciente.  La  muerte
           fingiendo dolor. La muerte le había perdido la pista. ¿Imposible? No en un hospital

           tan grande, tan repleto de sufrimiento, tan a reventar de sudores agónicos… Ahora la
           muerte, la vieja y sigilosa muerte, intentaba volver a encontrarle. Intentaba engañarle.
           Intentaba que se delatase.

               Con  la  diferencia  de  que  ahora  ya  no  había  ningún  vacío  en  la  memoria  para
           consolarle. Ahora, además de desearle feliz día de San Patricio a Colleen, le cuenta
           un chiste. Luego sale, llevando en la cabeza a su futuro yo (el de noviembre) como si

           fuera  un  polizón.  Su  futuro  yo  decide  hacer  a  pie  el  camino  hacia  su  cita  en




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