Page 262 - El cazador de sueños
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           Al llegar a la cima tomó aliento y se apoyó en los bastones. Arriba hacía más viento,
           y se metía por la ropa. Notó que le dolía la pierna izquierda en el corte de la varilla

           del intermitente, y volvió a preguntarse si debajo de la venda improvisada no estaría
           incubando una pequeña colonia de moho. Era demasiado de noche para verlo. Mejor,
           porque lo único bueno que podía pasarle era que siguiera todo igual.

               Emprendió la bajada hacia el final de Deep Cut Road.
               Aquella ladera era más empinada que la otra, y en poco tiempo, más que caminar,

           esquiaba. Fue acelerando sin saber si lo que sentía era miedo, euforia o una mezcla
           malsana de ambas cosas. Lo seguro era que iba demasiado deprisa para la visibilidad,
           que casi era nula, y para sus dotes de esquiador, que estaban tan oxidadas como los
           fijadores de los esquíes. Corría tanto que ni siquiera veía los árboles, y de repente se

           dio cuenta de que podían solucionársele de golpe todos sus problemas.
               Se le fue volando la gorra y, con el gesto automático de querer cogerla, levantó

           del suelo uno de los dos bastones. Lo entrevió colgando en la penumbra, y de repente
           ya no tenía equilibrio. Estaba a punto de caer rodando. Mientras no se rompiera la
           puta  pierna,  hasta  podía  ser  bueno.  Al  menos  era  una  manera  de  detenerse.  Sólo
           tendría que levantarse y…

               Fogonazo de luz al encenderse, de focos grandes montados en camiones. Antes de
           que  el  brillo  le  cegara  del  todo,  Henry  distinguió  lo  que  parecía  un  camión  de

           plataforma, uno de los que llevaban pasta de papel, atravesado al final de Deep Cut
           Road. No cabía duda de que eran luces con sensor de movimiento. Delante había una
           hilera de hombres en pie.
               —¡ALTO! —le ordenó por amplificación una voz aterradora que parecía la de

           Dios—. ¡ALTO o DISPARAMOS!
               Henry sufrió una caída aparatosa y le salieron despedidos los esquíes. Se le torció

           un tobillo, gritó de dolor, perdió un bastón y se le partió el otro por la mitad, mientras
           expulsaba  todo  el  aire  que  le  quedaba  en  los  pulmones,  llenando  el  aire  de  vaho.
           Después de mucho resbalar, acumulando nieve entre las piernas abiertas, se detuvo

           con los brazos y las piernas torcidas, un poco en forma de esvástica.
               Mientras  recuperaba  la  visión,  oyó  ruido  de  pasos  haciendo  crujir  la  nieve.  A
           duras penas consiguió sentarse. Aún no sabía si se había roto algo.

               A unos tres metros colina abajo había seis hombres cuyas sombras, proyectadas
           en el polvillo de diamantes de la nieve fresca, parecían más largas y recortadas de lo
           normal. Los seis llevaban parka, y mascarillas de plástico transparente en la boca y la

           nariz. Tenían estas un aspecto de mayor eficacia que las que había encontrado Henry
           en el cobertizo de la motonieve, pero sospechó que la intención era la misma.
               Otra cosa que llevaban eran armas automáticas, todas apuntándole. Ahora Henry



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