Page 268 - El cazador de sueños
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Phoenix (que acabará sin leer) en la otra. «Perdone, pero es que se ha cortado la línea
por Jefferson Tract; la cosa está muy jodida y no puedo pasarle la llamada…»
Pero entonces… ¡Esto es nuevo! ¡El mensaje, al fin y al cabo, alcanza su destino!
Al llegar a la esquina y quedarse parado en el bordillo, a punto de bajar al paso de
cebra, ¡lo recibe!
—¿Qué? —pregunta.
El hombre que se le ha detenido al lado, el primero en socorrerle en un pasado
que, felizmente, parece que se va a poder borrar, le mira con recelo y, como si hubiera
con ellos alguien más, dice:
—Yo no he dicho nada.
Jonesy apenas le oye, porque en realidad hay alguien: una voz interior que guarda
un parecido sospechoso con la suya, y que le grita que se quede en la acera, que no
baje a la calzada…
Entonces oye llorar a alguien, mira al otro lado de Prospect Street y… ¡Por todos
los santos! ¡Es Duddits, Duddits Cavell en calzoncillos de Scooby-Doo y con la boca
manchada de algo marrón! Parece chocolate, pero Jonesy sabe que no, que es caca de
perro. Richie, a pesar de todo, le obligó a comérsela, y los peatones circulan sin
fijarse en él, como si Duddits no estuviera.
—¡Duddits! —le llama Jonesy—. ¡Espera, tío, que ahora vengo!
Y salta a la calzada sin mirar; y el pasajero, impotente, no tiene más remedio que
dejarse llevar. Acaba de entender exactamente el cómo y el porqué del accidente: es
cierto que el viejo tiene síntomas de Alzheimer, y que no tendría ni que conducir,
pero sólo es un factor. El otro, escondido en la negrura que durante meses ha rodeado
al atropello, es el siguiente: había visto a Duddits y se había lanzado a la calle sin
acordarse de mirar.
También entrevé otra cosa: una especie de trama vastísima, como un atrapasueños
que une todos los años desde que conocieron a Duddits Cavell, en 1978; algo que
también ata el futuro.
El sol se refleja en un parabrisas. Lo ve con el rabillo del ojo. Viene un coche, y
demasiado deprisa. El hombre que estaba con él en la acera, el de «yo no he dicho
nada», da un grito:
—¡Cuidado!
Jonesy, sin embargo, casi no le oye. Porque en la acera, detrás de Duddits, hay un
ciervo, un hermoso ejemplar casi tan grande como un hombre. Después, justo antes
de que le atropelle el coche, ve que de hecho el ciervo es un hombre, alguien con
gorro naranja, y chaleco naranja. Lleva en el hombro una especie de mascota
repugnante, un bicho sin patas que recuerda a una marmota y tiene enormes ojos
negros. La cola (que podría ser un tentáculo) se ha enroscado en el cuello del hombre.
Pero bueno, piensa Jonesy, ¿cómo puedo haberle confundido con un ciervo? Entonces
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