Page 275 - El cazador de sueños
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           ¿Le sorprende ver al gris de grandes ojos negros en la cama de hospital? En absoluto.
           En Hole in the Wall, al dar media vuelta y toparse con él, al muy hijo de puta le había

           explotado  la  cabeza.  Con  un  dolor  de  cabeza  así,  acaba  cualquiera  ingresado,  la
           verdad, pero ahora la cabeza está donde tiene que estar. La medicina moderna es una
           maravilla.

               La  habitación  es  un  verdadero  pulular  de  hongos,  una  profusión  de  rojos  y
           dorados.  Crecen  en  el  suelo,  en  el  alféizar  y  en  los  listones  de  la  persiana.  Han

           conseguido enturbiar la superficie del interruptor y de la botella de glucosa que hay
           en la repisa de al lado de la cama (al menos Jonesy da por hecho que es glucosa). El
           pomo de la puerta del cuarto de baño tiene filamentos rojizos colgando, al igual que
           la manivela de al pie de la cama.

               Al acercarse a la cosa gris que tiene la sábana hasta el pecho (estrecho y sin pelo),
           Jonesy ve que en la mesita de noche hay una tarjeta, sólo una, donde pone ¡QUE TE

           MEJORES PRONTO!, encima de una tortuga de cara triste, salida de algún dibujo
           animado, en cuyo caparazón figura una tirita. Debajo del dibujo pone: DE PARTE
           DE STEVEN SPIELBERG Y TUS AMIGOS DE HOLLYWOOD.
               Estoy soñando, piensa Jonesy; son las típicas metáforas y chistes de los sueños.

           Pero sabe que no. Su cerebro mezcla cosas y las reduce a puré para poder tragarlas
           con mayor facilidad. Es como funcionan los sueños. También es propia del fenómeno

           onírico la ausencia de cualquier distinción entre pasado, presente y futuro. Jonesy, a
           pesar  de  todo,  sabe  que  sería  un  error  tomar  lo  que  vive  por  simples  fantasías
           fragmentadas del subconsciente. Una parte, como mínimo, ocurre.
               Los ojos negros bulbosos le están mirando. De repente se forma un bulto en la

           sábana, al lado de la cosa que hay en la cama, y se retuerce. Luego sale de debajo la
           especie de comadreja rojiza que se cargó a Beav y mira a Jonesy con los mismos ojos

           vidriosos y negros, mientras emplea la cola para llegar hasta la almohada y se enrosca
           al lado de la estrecha cabeza gris. Jonesy no se extraña de que McCarthy se sintiera
           un poco indispuesto.

               Las piernas de Jonesy siguen chorreando una sangre pegajosa como la miel, y
           caliente como la fiebre, que gota a gota cae al suelo. Lo lógico sería que tardase muy
           poco  en  alimentar  su  propia  colonia  de  moho,  hongo  o  lo  que  sea,  que  formara

           auténticas alfombras, pero Jonesy sabe que no. Es único. La nube puede transportarle,
           pero no puede cambiarle.
               Ni  rebotes  ni  partidos,  piensa;  e  inmediatamente  después:  Shh,  shh,  eso

           guárdatelo.
               El ser de color gris levanta la mano con pocas fuerzas, como saludando. Tiene
           tres dedos largos con uñas rosadas en la punta, dedos que por debajo supuran un pus



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